Llama viva para mi esperanza, que este canto llegue hasta ti, seno eterno de infinita vida, me encamino, yo confío en ti.
Toda lengua, pueblos y naciones hallan luces siempre en tu Palabra. Hijos, hijas, frágiles, dispersos, acogidos en tu Hijo amado. Repetir.
Dios nos cuida, tierno y paciente nace el día, un futuro nuevo. Cielos nuevos y una tierra nueva. Caen muros gracias al Espíritu. Repetir.
Una senda tienes por delante, paso firme, Dios sale a tu encuentro. Mira al Hijo que se ha hecho hombre para todos, él es el camino. Repetir.
El Papa Francisco escribe: “Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza.” El lema evoca la noción del movimiento de una Iglesia que camina en peregrinación a la luz de la esperanza que hace posible el futuro. Las experiencias diarias personales e internacionales parecen sofocar la posibilidad de un futuro. El Jubileo con su enfoque en la conversión, el perdón, y caminar con misericordia, se convierte en una posibilidad para el futuro. EL LEMA <PEREGRINANTES IN SPEM>La esperanza es la luz que ilumina el futuro, pero no en un sentido ingenuamente optimista. Nosotros la conocemos: La esperanza es Jesucristo muerto y resucitado. El profeta Isaías menciona repetidamente a la familia de hombres y mujeres, hijos e hijas, que vuelven de estar dispersos a estar reunidos a la luz de la Palabra de Dios: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; sobre los habitantes de un país en una sombra oscura como la muerte ha resplandecido la luz» (Is. 9:1). La luz es la del Hijo hecho Hombre, Jesús, que con la misma palabra reúne a todo pueblo y a toda nación. Es la llama viva de Jesús que nos mueve por el sendero: «Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz, y la gloria de Yavé ha nacido sobre ti» (Isaías 60:1). La esperanza cristiana es dinámica e ilumina la peregrinación de la vida, mostrando el rostro de los hermanos y hermanas que son compañeros de camino. No es como un lobo solitario vagando, sino un camino como pueblo, confiado y alegre, que se dirige hacia un nuevo destino. El soplo del Espíritu de vida no deja de iluminar la aurora del futuro que está a punto de romper. El Padre celestial observa con paciencia y ternura, la peregrinación de sus hijos y les abre de par en par el Camino, señalando a Jesús, su Hijo, que se hace espacio para que todos puedan caminar. Por eso, el Jubileo es un acontecimiento para todo el Pueblo Santo de Dios, que está en camino - una peregrinación iluminada por Cristo, su única esperanza.
La profesión de fe es un signo con el que el bautizado reconoce su propia identidad, expresa el contenido central de su fe y resume las principales verdades que el creyente acepta y testimonia el día de su bautismo. Existen diversas profesiones de fe, que muestran la riqueza de la experiencia del encuentro con Jesucristo. Sin embargo, tradicionalmente hay dos que han alcanzado un reconocimiento especial en la Iglesia: el símbolo bautismal de la Iglesia de Roma y el símbolo niceno-constantinopolitano, formulado originalmente en el año 325 en el Concilio de Nicea, en la actual Turquía, y luego perfeccionado en el Concilio de Constantinopla en el año 381: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Rm 10,9-10). Este pasaje de San Pablo subraya cómo proclamar el misterio de la fe exige una conversión profunda no sólo de las palabras, sino sobre todo de la comprensión de Dios, de sí mismo y del mundo.
La Puerta Santa es uno de los signos más característicos del Jubileo. Su apertura por parte del Papa constituye el inicio oficial del Año Santo. En su origen, sólo había una puerta, en la Basílica de San Juan de Letrán, que es la catedral del obispo de Roma. Para permitir que los numerosos peregrinos pudieran atravesar la puerta, las demás basílicas romanas también ofrecían esta posibilidad. Al cruzar este umbral, el peregrino recuerda el texto del capítulo 10 del Evangelio según san Juan: «Yo soy la puerta; el que entre por mí, se salvará; entrará, saldrá y encontrará pastos». El paso por la Puerta Santa expresa la decisión de seguir y dejarse guiar por Jesús, que es el Buen Pastor. Al fin y al cabo, la puerta es también un paso que conduce al interior de una iglesia. Para la comunidad cristiana, no es sólo el espacio de lo sagrado, al que hay que acercarse con respeto, con un comportamiento y una vestimenta adecuados, sino que es signo de la comunión que une a todo creyente con Cristo: es el lugar de encuentro y de diálogo, de reconciliación y de paz que espera la visita de cada peregrino, el espacio de la Iglesia como comunidad de fieles.
El Jubileo nos llama a ponernos en camino y a superar fronteras. Cuando viajamos, no sólo cambiamos de lugar, sino también de nosotros mismos. La palabra “peregrinación” viene del latín “per ager”, que significa “a través de los campos”, o “per eger”, que significa “cruce de fronteras”. Ambas raíces indican el carácter particular del viaje. En la Biblia, Abraham es descrito como un hombre en camino: “Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre” (Gn 12,1). Con estas palabras Abraham inicia su aventura, que termina en la Tierra Prometida, donde es recordado como un “arameo errante” (Dt 26,5). El ministerio mundano de Jesús es visto también como un viaje desde Galilea a la Ciudad Santa: “Cuando se cumplieron los días de su asunción, se propuso con determinación ir a Jerusalén” (Lc 9,51). Cristo llama a sus discípulos a recorrer este camino, y también hoy son cristianos los que lo siguen y se ponen en camino tras Él. En realidad, el camino se va construyendo progresivamente: hay varios recorridos para elegir, lugares para descubrir; las situaciones, las catequesis, los ritos y las liturgias, los compañeros de viaje permiten enriquecerse con nuevos temas y perspectivas. La peregrinación es una experiencia de conversión, de transformación del propio ser para orientarlo hacia la santidad de Dios.
La caridad es una característica principal de la vida cristiana. Nadie puede pensar que la peregrinación y la celebración de las indulgencias jubilares se reduzcan a una forma de ritual mágico, sin saber que es la vida de caridad la que les da su sentido último. Además, la caridad es el signo por excelencia de la fe cristiana y su forma específica de credibilidad. En el contexto del Jubileo no se puede olvidar la invitación del apóstol Pedro: «Sobre todo, tened un gran amor mutuo, porque el amor cubre multitud de pecados» (1 Pe 4, 8). Según el evangelista Juan, el amor al prójimo, que no viene del hombre, sino de Dios, hará que en el futuro se reconozca a los verdaderos discípulos de Cristo. Es evidente, por tanto, que ningún creyente puede pretender creer si después no ama, y, a la inversa, no puede decir que ama si no cree. El apóstol Pablo también reitera que la fe y el amor constituyen la identidad del cristiano; El amor es lo que genera la perfección (cf. Col 3,14), la fe lo que permite que el amor sea tal. La caridad, por tanto, tiene su lugar particular en la vida de fe; además, a la luz del Año Santo, el testimonio cristiano debe reafirmarse como una forma más expresiva de conversión.
El año jubilar es un signo de reconciliación porque establece un «tiempo favorable» (cf. 2 Co 6,2) para la conversión. Estamos llamados a poner a Dios en el centro de nuestra vida, a crecer hacia Él y a reconocer su primacía. En concreto, la reconciliación consiste en vivir el sacramento de la Reconciliación, aprovechar este tiempo para redescubrir el valor de la confesión y acoger personalmente la palabra de perdón de Dios. Hay algunas iglesias jubilares que ofrecen continuamente la posibilidad de la Reconciliación. La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera y transforma los límites de la justicia humana. Este don de gracia se realizó por la misión salvífica de Jesús. Viendo a los testigos de Jesús y a los santos y viviendo en comunión con ellos, se fortalece nuestra esperanza en el propio perdón. En concreto, la experiencia de la misericordia de Dios implica algunas acciones espirituales, como ha recomendado el Papa Francisco a los fieles. Quienes no pueden realizar la peregrinación jubilar por enfermedad u otras circunstancias, están invitados a participar en el itinerario espiritual que acompaña este año jubilar. Entre las condiciones para recibir la indulgencia está la de rezar por las intenciones del Papa.
La cruz de Cristo es la esperanza que no se puede abandonar nunca porque siempre tenemos necesidad de ella, especialmente en los momentos más difíciles.
La cruz, en forma de vela, se transforma en ancla que se impone sobre las olas en movimiento. Símbolo universal de la esperanza.
Las figuras representan a la humanidad de los cuatro puntos cardinales del mundo. Se abrazan para ilustrar la solidaridad entre los pueblos, mientras el primero se aferra a la cruz.
El mar agitado nos recuerda las dificultades de la peregrinación de la vida. A menudo, los acontecimientos personales y del mundo nos presionan con más intensidad, exigiendo una mayor esperanza.
El logo muestra cómo el camino de la peregrinación no es un esfuerzo individual, sino colectivo, con la impresión de un dinamismo creciente que tiende cada vez más a la cruz.
Padre que estás en el cielo, Que la fe que nos has donado en tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano, y la llama de caridad infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, despierten en nosotros la bienaventurada esperanza en la venida de tu Reino. Que tu gracia nos transforme en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio que fermenten la humanidad y el cosmos, en espera confiada de los cielos nuevos y de la tierra nueva, cuando vencidas las fuerzas del mal, se manifestará para siempre tu gloria. Que la gracia del Jubileo reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, el anhelo de los bienes celestiales y derrame en el mundo entero la alegría y la paz de nuestro Redentor. A ti, Dios bendito eternamente, sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.
Descargar El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de pueblo. De hecho, el primer Año Santo
del año 1300 nació a petición del Pueblo de Dios. En un clima de cambio de siglo, los fieles de Roma pidieron al Papa Bonifacio VIll "un perdón de los pecados que no sólo fuera más abundante, sino completo", como se lee en la Bula de Indicación.
Entre los antiguos hebreos, el Jubileo (llamado año del yobel, "del macho cabrío", porque la fiesta se anunciaba con el sonido del cuerno de un macho cabrío) era un año proclamado santo. En aquella época, la ley mosaica prescribía que la tierra, de la que Dios era el único dueño, volvería a su antiguo propietario y que los esclavos recuperarían su libertad. Habitualmente, este año se celebraba cada 50 años.
En la era cristiana, después del primer Jubileo, la repetición de la celebración jubilar fue fijada por Bonifacio VIII en 100 años. En 1342, tras una petición de los romanos al papa Clemente VI, el período se redujo a 50 años. Posteriormente, el papa Pablo II, a mediados del siglo XV, redujo el período interjubilar a 25 años.